El sueño de botecitos que no pescan
Era muy solitario la primera vez que llege a trabajar a Chorrillos. La hora de almuerzo no estaba rodeado de lugares exquisitos que podria encontrar en Miraflores o San Isidro, lugares donde antes trabajaba, a cambio de eso la hora de almuerzo me llevaba a algun restaurante donde el menú de 6 soles, incluia una papa rellena de entrada, lomo saltado como plato principal y agua de cebeda para pasar la gran cantidad de comida que rebalsaba el plato.
Luego de comer 30 minutos satisfecho, me ponia los audifonos buscaba una canción perfecta con la cual poder caminar un rato, prender un cigarro y dirigirme al malecón de Chorrillos, a sentarme y mirar la playa, la playa que a comienzos de invierno se tornaba mas fria, más vacia, tan solitaria y cruda como yo. Pero fue en ese instante mientras observaba los botes de pesca, empezaria una historia, donde mi mirada no dejo de observar el bote más pequeño de todos, color azul, gastado, triste, confuso, que no sabia si llegar a la orilla o quedarse en medio del mar. Tome una foto y la guarde.
Al día siguiente sabia lo que tenia que hacer, almorzar el menú de 6 soles, comprar un cigarro y llegar al malécon para volver a observar el mismo bote, que se mantenia en el mismo lugar.
La última vez que pase por el malecón ya no estaba solo, estaba con una personita, mientras fumabamos y compartiamos halls y una botella de agua helada, yo habiendo escapado del trabajo porque la hora de almuerzo para ambos, tenían una hora de diferencia, pero valía la pena escaparse. Lo observe y teniendo su atención, le conte la historia de eso botes.
Llámese el botecito que no pesca, le dije. Y el rió. Pero yo no. Luego me miro avergonzado y yo me reí. Ahora que se que esta leyendo esto, le contare porque tenia ese nombre:
De todos los botes que habian en dicho lugar, ese era el único que no se adentraba al mar, era el más pequeño y si mirabas bien, se encontraba herido. Parte de la mitad había sufrido un choque, porque en su último viaje lo habían lastimado y ya no podía zarpar, podría, pero ya no quería. Pero en el fondo el botecito que no pesca tenia esperanzas de poder adentrarse al mar. Ese botecito era yo, o quizas tú. Quizás en una magnitud diferente, pero con el mismo punto estancado sin saber si ARRIESGARSE a entrar al océano a disfrutar lo que podía ser su ultima aventura con el olor al mar y con los rayos de sol quemando su madera y sobre todo feliz de nuevo, o sino rendirse y limitarse a seguir viviendo en lo mismo, quedarse en la orilla con miedo, pero seguro a que viviría más porque nadie le haría daño.
El día que esa personita supo del botecito que no pesca, supe que era mi momento de adentrarme al mar, de luchar por rodearme de agua, de otro tipo de felicidad, de disfrutar al máximo cada minuto esperando llegar al final, y como el mar es tan infinito como mis pensamientos, sabia que ese camino iba a ser el mas largo de mi vida.
La última vez que vuelva al malecón con esa personita y miremos el botecito que no pesca, y me pregunte: ¿porque no zarpa? Yo le diré al oído: porque los dos ya hemos zarpado por el.
Continuara.
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