Gracias Chorrillos

|

02:37 de la tarde. Estoy en la oficina, todos mis compañeros aun almuerzan, y yo me coloque los audífonos escuchando Frank Sinatra, y empezando a ordenar los archivos y carpetas, para la persona que ocupe mi puesto como diseñador.

3 a 4 meses, la verdad no ha sido mucho tiempo, pero es increíble como aun me parece que Chorrillos es una gran bestia indefensa que espera pelees sobre ella y caigas rendida sobre sus playas, sobre su gente y te amarre para no salir nunca más.

Haber renunciado aquí no solo se debía a un tema económico, es parte del crecimiento profesional y de sentirse cómodo en su trabajo, habían sucedido muchos problemas internos de los cuales no comentare, que originaron un stress al cual más que temerle, prefiero hacerle indiferente, y habiendo dado todo por esta empresa, hasta 'el último cartucho' supe que deje mi grano de arena y era momento de partir.

Lo más nostálgico de este lugar, son los alrededores, y como muchos saben este blog es más un diario de mi vida, les contare.

A la vuelta de mi trabajo, había un extraño olor a cabro, como tuitee una vez jaja, recuerdo que me respondió ¿tú qué haces por aquí? y yo respondí: Trabajando. Luego de unas semanas en que todo Chorrillos solo se centró en el trabajo, había algo extra. La verdad nunca encontré un interés, pero sabía que en algún momento nos encontraríamos. Un 25 de abril fue dicha fecha, casi las 7pm, en ese paradero de Chorrillos tan clásico, donde al final embarcamos en un taxi, donde yo no quería mirarlo, pero si hablar y hablar, y terminamos en Café Z. Y desde ese momento una extraña necesidad de saber de él, me obligo que a horas muy tempranas de la madrugada le mande un mensaje diciéndole: 'es hora de levantarse' , para luego volverme a dormir, porque el salía de su casa más temprano que yo.

Pasaron muchas cosas bonitas alrededor de esta avenida de Huaylas con mirada al malecón. Como adelantar mi hora de almuerzo, para salir apurado, con una botella de agua, unos halls o cigarros, para conversar y mirar desde el malecón a los botecitos que no pescan, de los que tanto le hablaba. De repente las horas de almuerzo ya no me importaban por llenar mi estómago, sino por verlo, si carajo por verlo, de repente las emociones se volvían mas seguidas una sonrisa babosa en mi rostro de regresar apurado sudando a la oficina.

El día de ayer se cumplieron dos meses en que empezó mi historia con él, una semana antes cuando le conté que había renunciado, se puso triste y yo también, había sido gracias a este distrito que nos conocimos, y el que sus alrededores se volvieron un bonito recuerdo: como el malecón, el autoservicio de primax, una cabina telefónica, luz del sur, las rejas, lugares, momentos, alegrías, alguna que otra tristeza, luchas y cosas que quedaran en nuestros corazones y que han tenido la intensidad suficiente para que nadie nos lo arrebate. El día de hoy fuimos al malecón a tomar la foto que adjunto en este post, nos sentamos como el primer día que venimos y regresamos al autoservicio a tomar o comer algo como hacíamos siempre, lugares que solo eran pretextos para vernos aunque sea unos minutos.

De esta manera siendo las 5:27 de la tarde,  habiendo de terminado de limpiar mi oficina, dejando todos mis archivos ordenados para el nuevo encargado del área de diseño, terminando de escuchar My way de Frank Sinatra y dejando solo el de bloc de notas para terminar de escribir esto, le digo a Chorrillos: gracias.

Gracias por el dinero, gracias por los nuevos amigos,  gracias por hacerme madrugar para llegar temprano aunque siempre llegaba tarde, gracias por la experiencia y sobre todo, gracias por darme la oportunidad de ser feliz con alguien de nuevo.



Hasta pronto malecón de chorrillos, estoy seguro que nos volveremos a ver.

El sueño de botecitos que no pescan

|


Era muy solitario la primera vez que llege a trabajar a Chorrillos. La hora de almuerzo no estaba rodeado de lugares exquisitos que podria encontrar en Miraflores o San Isidro, lugares donde antes trabajaba, a cambio de eso la hora de almuerzo me llevaba a algun restaurante donde el menú de 6 soles, incluia una papa rellena de entrada, lomo saltado como plato principal y agua de cebeda para pasar la gran cantidad de comida que rebalsaba el plato.

Luego de comer 30 minutos satisfecho, me ponia los audifonos buscaba una canción perfecta con la cual poder caminar un rato, prender un cigarro y dirigirme al malecón de Chorrillos, a sentarme y mirar la playa, la playa que a comienzos de invierno se tornaba mas fria, más vacia, tan solitaria y cruda como yo. Pero fue en ese instante mientras observaba los botes de pesca, empezaria una historia, donde mi mirada no dejo de observar el bote más pequeño de todos, color azul, gastado, triste, confuso, que no sabia si llegar a la orilla o quedarse en medio del mar. Tome una foto y la guarde.

Al día siguiente sabia lo que tenia que hacer, almorzar el menú de 6 soles, comprar un cigarro y llegar al malécon para volver a observar el mismo bote, que se mantenia en el mismo lugar.

La última vez que pase por el malecón ya no estaba solo, estaba con una personita, mientras fumabamos y compartiamos halls y una botella de agua helada, yo habiendo escapado del trabajo porque la hora de almuerzo para ambos, tenían una hora de diferencia, pero valía la pena escaparse. Lo observe y teniendo su atención, le conte la historia de eso botes.

Llámese el botecito que no pesca, le dije. Y el rió. Pero yo no. Luego me miro avergonzado y yo me reí. Ahora que se que esta leyendo esto, le contare porque tenia ese nombre:

De todos los botes que habian en dicho lugar, ese era el único que no se adentraba al mar,  era el más pequeño y si mirabas bien, se encontraba herido. Parte de la mitad había sufrido un choque, porque en su último viaje lo habían  lastimado y ya no podía zarpar, podría, pero ya no quería. Pero en el fondo el botecito que no pesca tenia esperanzas de poder adentrarse al mar. Ese botecito era yo, o quizas tú. Quizás en una magnitud diferente, pero con el mismo punto estancado sin saber si ARRIESGARSE a entrar al océano a disfrutar lo que podía ser su ultima aventura con el olor al mar y con los rayos de sol quemando su madera y sobre todo feliz de nuevo, o sino rendirse y limitarse a seguir viviendo en lo mismo, quedarse en la orilla con miedo, pero seguro a que viviría más porque nadie le haría daño.

El día que esa personita supo del botecito que no pesca, supe que era mi momento de adentrarme al mar, de luchar por rodearme de agua, de otro tipo de felicidad, de disfrutar al máximo cada minuto esperando llegar al final, y como el mar es tan infinito como mis pensamientos, sabia que ese camino iba a ser el mas largo de mi vida.

La última vez que vuelva al malecón con esa personita y miremos el botecito que no pesca, y me pregunte: ¿porque no zarpa? Yo le diré al oído: porque los dos ya hemos zarpado por el.

Continuara.